*Eréndira Zavala C*
Siempre existe el deseo de expresar lo que se trae dentro, aquel sentimiento o emoción de lo vivido o, quizá, la idea que revolotea en la cabeza; somos el reflejo de la cultura en la que nacimos y hemos crecido, estamos formados por el entorno y la sociedad que nos rodea. Como mexicanos nos identificamos con todas aquellas expresiones que nos dan identidad como tales, y lo mismo pasa con un británico, un sudafricano, un uruguayo o un esquimal; cada uno trae consigo un cúmulo de memorias aprendidas que le dan identidad con su grupo social.
Esta diversidad cultural enriquece las expresiones del ser humano, crea conciencia de los valores fundamentales para conocer sin juzgar a otros y auxiliarlos como iguales. La cultura brinda una oportunidad única para crear y recrear nuestra sociedad, a través de distintas manifestaciones materiales, orales o físicas que dan cuenta de quienes somos.
Como ejemplo se encuentra el mes de octubre que señala el comienzo de una época donde convergen una serie de tradiciones, en esta temporada se preparan un sin número de actividades que tienen como fin honrar la cultura de quien la lleva a cabo y expresar aquello que se lleva en el alma. Navidad, Thanksgiving (Acción de gracias), Día de muertos, No Violencia, Halloween, Tolerancia, Solsticios, Nochevieja… son solo una muestra de las muchas conmemoraciones que se practican alrededor del mundo.
Es decir, no existe una misma percepción de Navidad en Hawaii que en Alaska o en Nueva York, sin embargo, el fin es idéntico, el sentimiento también, solo cambia la representación. Y eso justamente es lo que da valor a las manifestaciones de un grupo, es la esencia de una tradición y la pertenencia social. A partir de su apropiación de manera creativa, comienza entonces la transmisión de unos a otros -ya sea entre individuos o grupos-, moldeándola y remodelándola constante y permanentemente, fijándose en el corazón de la gente.
Así, la cultura es pasión por el arte, el deporte, la tradición, el lenguaje, por la sociedad misma; emoción por escribir, leer, esculpir, pintar, por construir y transformar; deseo de conocer, viajar, saborear, recorrer senderos; deleite por compartir, reír, abrazar, cantar con los nuestros… En definitiva, somos el resultado del largo camino que nuestros ancestros han transitado y vamos marchando sobre sus huellas, aprendiendo de sus saberes y rescatando sus enseñanzas.