La Secretaría de Cultura de Gobierno de México, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se une al llamamiento del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos), órgano asesor de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, para generar alianzas y prácticas inclusivas que impliquen la cooperación entre los distintos niveles de gobierno, sector privado, academia, sociedad civil, pueblos indígenas y comunidades vulnerables, a fin de responder a los retos de justicia climática y equidad, para proteger nuestra herencia cultural edificada.
En este marco, el director del Centro INAH Puebla, Manuel Villarruel Vázquez, reflexiona sobre las rutas para atender este legado mediante acciones climáticas inclusivas, como lo manifestó el Icomos en su 20ª Asamblea General, en 2020.
Dada la escala global de esta problemática, México no está exento de los efectos del cambio climático. El calentamiento de los océanos conlleva eventos ciclónicos más frecuentes que pueden afectar ciudades costeras históricas como Campeche; la extracción de agua del subsuelo para atender los requerimientos de una población cada vez más concentrada, incide en el hundimiento de edificios con valor histórico, como se observa en grandes urbes como la Ciudad de México, amén de la polución que afecta la materialidad de estos inmuebles.
Para el arquitecto Villarruel Vázquez esta reflexión anual en torno a “Patrimonio y clima” permite visibilizar una transformación silenciosa, pero de efectos catastróficos sobre la memoria colectiva que representa la arquitectura y el urbanismo antiguos. En ese sentido, cabe mencionar que México tiene 60 Zonas de Monumentos Históricos, además de un número importante de cascos históricos que no cuentan con la declaratoria federal y elementos aislados que otorgan una identidad peculiar a casi cada rincón de la geografía nacional.
Al respecto, dijo, “deben considerarse las repercusiones del cambio climático sobre estos conjuntos, e incluso sobre la protección y la restauración que se ejercen. Por ejemplo, en la academia se discute si es pertinente seguir sustituyendo la viguería de madera de edificaciones virreinales, con este mismo material, a menos que el reemplazo se dé con madera producto de una tala controlada, o ir pensando en otras opciones.
“Hablamos de técnicas que, a la luz de los avances tecnológicos, pueden discutirse para evitar daños al medio ambiente, y considerar la pertinencia del uso de otros materiales como polímeros y ciertos metales. Son ideas alrededor de las cuales debemos reflexionar como profesionales de la conservación del patrimonio. Los proyectos de intervención en un centro o edificio histórico deben seguir las pautas normativas, teóricas, y también requieren ser amigables con el medio ambiente”.
En opinión del especialista, en nuestro país existe una buena gestión de los monumentos y sitios históricos; no obstante, en ciertos momentos se ha tenido que recurrir a inundar algún viejo templo por la construcción de presas que tienen un beneficio potencial. En el extremo opuesto está la erosión de construcciones a base de adobes, por la desecación que afecta las zonas semidesérticas.
“El patrimonio cultural edificado puede ser muy frágil ante las agresiones ambientales. Por ejemplo, cuando se arrasa con la vegetación, la erosión eólica ya no encuentra una barrera que la contenga y ese manto agreste abrasa a la arquitectura. En México no hemos tenido aún fenómenos de gravedad como en otras partes del mundo. La labor de organismos como el Icomos y el propio INAH, las universidades, etcétera, ha consolidado una política en pro de este patrimonio, pero necesitamos seguir reflex