*Eréndira Zavala C*
Un año más de vida significa una celebración siempre, que no está completa sin un pastel como símbolo del momento más especial para el cumpleañero, tributo y homenaje por su nacimiento.
Una tradición que data desde antes de Cristo, aunque los historiadores para no entrar en confusiones, han convenido en que es una práctica adoptada desde hace más de 5000 años de antigüedad, en las culturas de los egipcios, persas, griegos y romanos.
Se dice que los egipcios fueron los primeros en festejar con un pastel y grandes fiestas a los faraones en su coronación o “nacimiento como un dios”, y a los miembros de la realeza. Los griegos se apropiaron de esta costumbre y ofrecían tartas redondas hechas de miel y nueces como representación de la luna llena a Artemisa -diosa de la noche, la luna y los animales-, adornada con velas encendidas que simbolizaban la luz y el brillo de la luna; según la creencia popular las velas tenían un poder mágico especial para conceder deseos y traer buena suerte, así como proteger de cualquier mal, y al momento de apagar la llama, el humo iba al cielo y las plegarias y deseos del cumpleañero llegaban a los dioses.
Además, se creía que existía un espíritu protector que acompañaba a quien cumplía años, desde su nacimiento hasta el día de su muerte y que debía estar acompañado de amigos y familiares cuya buena voluntad le protegería de peligros desconocidos.
Por su parte, los romanos asimilaron estas prácticas a su cultura, extendiéndose a muchas regiones del mundo. Para ellos era muy importante celebrar el cumpleaños número 50 con tortas de trigo, miel y aceite de oliva.
Hasta el siglo IV el cristianismo rechazó la celebración de los cumpleaños por su origen pagano, pero el Papa Julius I comenzó a celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre, mezclándose así las creencias cristianas y paganas que dan comienzo a las costumbres occidentales de celebrar cada año de vida.
La tradición actual de colocar un número determinado de velas surgió en Alemania en el siglo XVIII con una celebración llamada Kinderfest, donde los adultos juraban proteger a los niños de todo mal y los festejaban con un pastel lleno de velas que representaban cada año de vida, a las que se sumaba otra más con el deseo de que el niño viviese otro año. A esta vela se le llamaba “luz de vida” y se pedía un deseo al apagarlas.
Les invito a continuar honrando a nuestros seres queridos y honrémonos a nosotros mismos ahora que conocemos el principal propósito del pastel cumpleaños, reunidos con familiares y amigos para una celebración de vida.