*Eréndira Zavala C*
En el mundo se cuentan trágicas historias de amor, como la de Romeo y Julieta; en México, en Tlaxcala existe una hermosa leyenda de sus imponentes y majestuosos custodios.
Hace siglos, el Valle de México era dominado por los mexicas y solamente el pueblo tlaxcalteca los resistía, por lo que había enfrentamientos largos y cruentos. En esa época nació, en el reino de Tlaxcala, una princesa de belleza excepcional, quizá la más bella de todos los reinos de antaño, a la que llamaron Iztaccíhuatl. Desde niña Iztaccíhuatl convivió y jugó con quien se convertiría en un guapo y valiente guerrero, Popocatépetl. Al crecer, ambos formaron una extraordinaria pareja, Popocatépetl entonces pidió la mano de Iztaccíhuatl, pero el rey de Tlaxcala la había comprometido con un viejo noble, ambicioso y muy poderoso, que daría una alianza fuerte al reino.
Popocatépetl insistió al rey quien, ventajosamente, prometió al guerrero que, si regresaba con la victoria de haber derrotado a sus enemigos, le daría la mano de la princesa. El guerrero se despidió de Iztaccíhuatl y marchó a la guerra durante muchos años; mientras, la princesa oraba todas las noches por la protección de su amado.
El viejo noble deseaba a toda costa ser el próximo rey, así que pidió a una bruja que creara pesadillas a Iztaccíhuatl, donde viera al guerrero morir en batalla. Además, pagó a un mensajero para que llegara al reino como si viniera de batalla y anunciara la muerte de Popocatépetl. Cuando la princesa se enteró, sucumbió a una profundísima tristeza que se quedó sin ganas de vivir y poco a poco cayó en un sueño del que nunca más despertó. A los pocos días, Popocatépetl regresó lleno de victorias y riquezas, pero al entrar al palacio solo encontró a un rey decaído quien le informó que su hija había muerto por un engaño.
Popocatépetl, después de llorar amargamente, tomó su espada y acabó con la vida del traicionero noble. Luego fue por Iztaccíhuatl, le besó la frente, la tomó entre sus brazos y la llevó hasta una colina donde pidió a los hombres del reino que apilaran rocas para formar un cerro, y a las mujeres que hicieran una cama de flores en la cima, donde depositó a la princesa. Pidió una antorcha encendida, se hincó al costado de su cuerpo y juró quedarse hasta el final de los tiempos, esperando el momento en que su amada despertará. Los dioses, compadecidos, les regalaron una fina capa de nieve, y de la noche a la mañana, los jóvenes se transformaron en los hermosos e imponentes volcanes que conocemos hasta el día de hoy.
El Iztaccíhuatl, mujer dormida, recuerda la belleza y la dignidad de un corazón puro; y el Popocatépetl, montaña que humea, causa respeto y asombro cuando por el amor que profesa, de su antorcha salen fuego y humo.