*Eréndira Zavala C*
Hace algunos años, en las escuelas, era tradición o muy común realizar festivales que celebraran diferentes fechas, como la primavera, la independencia de México, el día de las madres, etc. En ellos, destacaban los bailables folklóricos llenos de colorido y vestuarios mandados a hacer o confeccionados en casa, mientras los maestros se desvivían porque los alumnos participaran en sus coreografías, pues algunos eran obligados a bailar, otros que querían hacerlo, pero la timidez los paralizaba y aquellos que se lucían en sus pasos y los colocaban al frente del grupo. El común denominador de todos era representar, con el baile y el vestuario, la cultura de un estado de la República Mexicana.
La danza folklórica es una de las expresiones culturales y artísticas más antiguas de nuestro país, pues se remontan a la época prehispánica cuando los antepasados bailaban para sus deidades como una ofrenda de respeto y admiración.
Sin embargo, para los españoles conquistadores, estos bailes resultaban excéntricos y profanos, por lo que se dedicaron a influenciarlos con danzas europeas como el vals y la polka, obligando a los indígenas a reemplazar a sus dioses por santos y vírgenes, privándolos de sus naturales expresiones culturales.
Con la fusión de culturas, las danzas folklóricas se llenaron de características especiales como los trajes elaborados, los colores llamativos, la música, los movimientos enérgicos y sincronizados y la historia que cuentan. Historias que cada estado del país ha plasmado en sus danzas, representando las costumbres y cultura de su comunidad.
Por ejemplo, el jarabe tapatío, nacido a finales del siglo XVIII, típico de Jalisco, también conocido como “el baile del sombrero” que celebra el romance y la unión del hombre y la mujer. O el huapango, particular de los estados de Veracruz, San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla y Tamaulipas, un baile complicado que requiere de zapatear rápidamente. La jarana de Yucatán que incluye una “bomba” a mitad del bailable, un piropo o doble sentido para la audiencia. Los Voladores de Papantla, enalteciendo las usanzas prehispánicas, al igual que la Danza de los Concheros, con su espiritualidad. O el Baile de los Viejitos, de Michoacán, que, con sus compases divertidos y su ropa distintiva, honran a los ancianos y su sabiduría.
Cada una de las danzas folklóricas conserva las tradiciones y costumbres mexicanas que narran las raíces e identidad de nuestro país, transmitiendo valores, creencias y leyendas a través de las generaciones. ¡Qué nunca se pierdan en la modernidad!