La Tlanchana: una historia de amor entre una sirena y los artesanos de Metepec

*Alejandra C.L.*

Foto: Especial

Metepec es visitado todos los años por cientos de turistas nacionales y extranjeros, tanto por sus festivales como por sus artesanías hechas de barro en varias épocas del año. Entre las figuras que más destacan se encuentra la de una sirena, ya sea pintada a colores o solamente de barro, con cola de pez o cola de serpiente.

Existe una razón por la que la sirena es una de las figuras más icónicas en el Pueblo Mágico. De acuerdo con la tradición, una mujer con estas características es la responsable de haber enseñado a los pobladores, miles de años atrás, a cocer el barro, por ello para no olvidarla, los artesanos le hacen figuras en su honor.

Cuenta la leyenda que hace más de 10 mil años, Metepec era una zona lacustre, rodeada de pantanos y lagunas, donde varias comunidades se asentaron, desde el volcán Xinántecatl hasta las zonas del río Lerma, conocido también como Chignahuapan. Los pobladores de esas comunidades fueron denominados matlatzincas y estuvieron por muchos años en el Valle de Toluca.

Es en esta zona lacustre donde tiene connotación la figura de la Tlanchana, una deidad de los matlatzincas que se trata de una mujer con cola de serpiente. Su nombre proviene de las palabras en náhuatl: atl (agua), tonan (madre) y chane (espíritu mágico).

Se dice que la Tlanchana paseaba por las zonas de agua que rodeaban al Valle de Toluca, donde ayudaba a los pescadores a tener abundancia entre sus redes, aunque tenía un carácter inestable, porque era posesiva y vengativa.

Cuando estaba de buen humor, pasaba los días sobre un islote, donde los lugareños la contemplaban detrás los arboles de tule que rodeaban a los cuerpos de agua para observar la desnudez de la mujer que solamente era cubierta con varios collares, una corona en su cabeza, así como un cinturón adornado con peces, acociles y ajolotes.

Foto: Especial

Al estar en la isla, se peinaba los negros cabellos y largos, cantando a los pescadores a los que les auguraba una buena pesca si enseñaba su cola de serpiente negra. Se dice que cuando se enamoraba de algún humano, convertía su cola en un par de piernas para salir del agua; si la persona de quien se enamoraba le hacía caso, le enseñaba el arte de fabricar barro, de ahí que comenzó la tradición de  Metepec de empezar esta actividad artesanal.

No obstante, si el sujeto no hacía caso de su belleza, le hacía pasar alguna mala pasada o no accedía a sus amores, enredaba su cola de reptil alrededor de él y lo llevaba a la mitad del lago, donde lo ahogaba.

Han pasado los años, las lagunas y los pantanos se secaron dejando sólo algún rastro de lo que fue alguna vez esta región cubierta de agua, no obstante, el canto de la Tlanchana continúa cautivando a los metepequenses, quienes le manifiestan que no la han olvidado con sus figuras de barro, así como con el monumento que colocaron en su honor en el Parque Juárez y en el Parque Lineal de Metepec.

A.C.

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