*Eréndira Zavala C*
Octubre está aquí con sus lunas extraordinarias y el ambiente de brujas y muertos comienza a sentirse. Así que, a petición de algunos lectores, este mes escribiré acerca de algunas leyendas mexicanas, de esas que dan escalofríos y que forman parte del imaginario nacional.
Las Tlahuelpuchis. Leyenda prehispánica de Tlaxcala, mujeres comunes a quienes los dioses les otorgaron el don de convertirse en animales o neblina, pero algunas -sin corazón puro- se pierden y lo usan de maligna manera. Su nombre náhuatl significa “seres luminosos” porque una vez que toman la forma del animal, desprenden una luminosidad que advierte su presencia, por ello se habla de luces que se acercan y alejan, como bolas de fuego. Para transformarse, preparan un fogón con madera de capulín y raíces de agave y copal, y hojas de zoapatle, caminan sobre el fuego 3 veces de norte a sur y de este a oeste, para separar sus extremidades y convertirse generalmente en aves.
Les gusta la sangre humana, de preferencia la de niños pequeños que les da vida, y a quienes acechan, entre la medianoche y las cuatro de la mañana. Se dice que cuanto más frío y lluvioso sea el clima es cuando las tlahuelpuchis tienen más hambre y buscan recién nacidos para chuparles la sangre; de ahí la frase “se lo chupo la bruja…” Si los bebés no mueren, los testigos de su presencia son los moretones en pecho, espalda y cuello. Por eso las madres mexicanas colocan cualquier trozo de metal brillante con punta debajo de la cuna donde duermen los pequeños.
El Charro Negro. Un niño al que jamás pudieron darle gusto a sus caprichos y que solo, a la muerte de sus padres, se queja por la mala fortuna de su pobreza. Renegando y exigiendo una mejor vida, el diablo lo escucha y se le aparece ofreciéndole 10 años de riqueza a cambio de su alma. Durante ese tiempo, el Charro Negro se dedica a despilfarrar su dinero en mujeres, vino, apuestas y trajes, dándose cuenta que solamente su caballo le era fiel. Un día, Lucifer se presenta ante él para recordarle la deuda y ante esto, el Charro Negro comienza a esconderse y manda construir una capilla y colocar cruces en toda su propiedad.
Pero el miedo lo embargaba y sin poder dormir ni comer, una noche decide huir vestido con traje negro de charro y detalles de plata, y llevarse a su caballo. En una encrucijada del camino, el diablo se aparece nuevamente para llevárselo y el caballo, encabritado, trató de patearlo; ante esto, el diablo los maldice: el jinete convertido en esqueleto y el animal en una bestia demoníaca, ambos con bolas de fuego en lugar de ojos. Desde entonces, el Charro Negro recorre los caminos solitarios cobrando a quienes tienen deudas pendientes con Lucifer y buscando aquel que, por su avaricia, tome su lugar.
Entre las sombras de los lugares se encuentran en acecho seres desconocidos… estemos vigilantes.