*Eréndira Zavala C*
Se acerca diciembre y el ambiente comienza a llenarse de aires de fiesta y nostalgia, las tiendas están inundadas ya de adornos y luces navideñas, la gente comienza a pensar en la cena y reuniones, en lo que ese mes traerá con él.
En cualquier lado se hallan anuncios con fiestas y artificios, caras llenas de felicidad y regalos por doquier; sin embargo, esta época -a pesar de la calidez propia-, viene con una carga de melancolía y hasta enojo, reforzada por lo vivido (y que todavía se vive) con la pandemia del COVID-19. Las circunstancias actuales han movido el piso y removido nuestras entrañas, al fin se abrieron los ojos para darse cuenta de cuán importantes son los momentos presentes, cuan efímeros podemos ser y cuanto debemos dedicarnos a vivir.
Aparecen bombardeos constantes con miles de ideas acerca de la mejor manera de hacerlo, cómo construirlo, en qué momento, con cuáles herramientas, a quien acercarse, y otros tantos clichés que de a poco, se transforman en creencias a medias. Esas que a veces hacen olvidar lo real, lo que nos convierte en lo que somos y que esta pandemia (que aún se rehúsa a rendirse) ha recordado duramente con las lecciones experimentadas.
En muchas mesas harán falta algunas personas, los ecos de sus risas y recuerdos serán los acompañantes invisibles, la celebración continuará, pero la neblina de la añoranza flotará entre los presentes. Este es el diciembre del ahora, reflejo de todo lo aprendido y recordatorio de lo que somos, oportunidad sabia para entender lo verdaderamente importante y reconocernos entre nosotros con empatía.
Espero su arribo con ansias, alegría, pesar y -he de confesarlo- cierto recelo, diciembre es un mes un tanto complejo para describir, y la pandemia aumentó por mucho su complejidad; sin embargo, sus días poseen cierta magia que contagia de mejores deseos y teje sueños alrededor nuestro. Por ahora, que estos sean los regalos que obsequiemos…