*Eréndira Zavala C*
La tradición de celebrar la Navidad se remonta a muchos siglos atrás, su magia se ha transmitido por medio de cantos, decoraciones y regalos, y para los cristianos creyentes es una conmemoración religiosa de suma importancia: el nacimiento de Jesús de Nazareth.
Nochebuena y Navidad inundan de ilusiones el ambiente, sus luces y recuerdos nos invaden y de pronto nos vemos rodeados de nostalgias y buenos deseos, de reuniones familiares y amistades… nada que ver con su origen pagano.
Antiguamente, en la época romana, existía una celebración en honor al dios Saturno, dios de la agricultura y la cosecha, llamada Saturnalia o Saturnales, que honraba el solsticio de invierno; estas fiestas se llevaban a cabo del 17 al 23 de diciembre, y el 25 del mes celebraban el Natalis Solis Invicti o el nacimiento del nuevo sol, dedicado al dios Apolo. Los romanos relacionaban las festividades con la agricultura pues ésta requiere del sol para sembrar y que las cosechan crezcan; sus festejos se caracterizaban por el intercambio de regalos entre los participantes y por sus maneras escandalosas y llenas de vicios que los cristianos de la época reprobaban.
Esto último dio la pauta para que las altas autoridades cristianas -comenzando con el Papa Julio I en 350, luego el Papa León Magno y finalmente el emperador Justiniano en 529- buscaran y encontraran la estrategia para sustituir una celebración pagana por una eclesiástica. En ese entonces, ya se habían adoptado algunas costumbres germánicas y celtas como el tronco o árbol navideño y la comida, tanto así que el conjunto de estos elementos permitió que el 25 de diciembre fuera elegida como la fecha para fusionar sus celebraciones con los ritos paganos de los diferentes pueblos convertidos.
En la actualidad, existen infinidad de formas de celebrar la Navidad, no obstante, creo firmemente que la manera de celebrarla es lo menos importante; la magia de la Navidad radica en aquello que nos regala, esos momentos memorables que nos llevamos en el corazón por siempre, la alegría de compartir el pan y la sal y las risas y los llantos, la colección de invaluables anécdotas que nos acompañan cada vez que nos reunamos y que, finalmente, son las que sostienen y mantienen viva esta tradición.