Cambios y adaptaciones de las tradicionales ofrendas mexicanas

*Rocío Mariel CR*

Foto: Ilustrativa.

Para la mayoría de los mexicanos una de las tradiciones más importantes que celebramos año con año, es el Día de Muertos, también conocido como el Día de los Fieles Difuntos. Fecha muy especial pues celebramos de forma muy particular lo que consideramos es la visita anual de los espíritus de nuestros seres queridos fallecidos.

Siendo la ofrenda del Día de Muertos lo más significativo para recordar a nuestros muertos, de acuerdo con historiadores, su origen proviene de las culturas mesoamericanas. Para nuestros antepasados era común conservar cráneos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban el término de un ciclo.

Sin embargo, a la llegada y conquista de los españoles, los rituales que iban en contra de los preceptos de la religión católica fueron prohibidos y en muchos casos, ante la resistencia de los pueblos indígenas por eliminarlos, se sustituyeron por otros.

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Es el caso de las calaveritas de azúcar y de chocolate en forma de cráneos que sirven para recordar a los muertos y el destino que todos compartiremos, aunque claro, también son una forma de agasajar nuestro paladar y mantener una de las tradiciones más ricas de México, parte fundamental de la ofenda.

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Es importante mencionar que se cree que el 28 de octubre las almas de los bebés fallecidos son los primeros en visitarnos, al ser muchos de ellos bebés que en vida no consumieron alimentos preparados, se les recibe con un vaso con agua, un poco de azúcar y algunos dulces que pudieran chupar.

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También guisados, pues es el olor de la comida junto a las flores de cempasúchil y alhelís los que los guían. Sus altares se adornan con juguetes, sonajas, según la edad del angelito difunto.

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Mientras que los días 2 y 3 de noviembre nos visitan nuestros difuntos y para recibirlos, se prepara el tradicional altar de muertos, mejor conocido como ofrenda, en donde se colocan elementos muy representativos que la conforman, como el pan de muerto, las flores de cempasúchil, calaveritas de azúcar y chocolate, incienso, papel picado, retratos, fotografías de los difuntos y platillos que estos disfrutaban en vida. 

De acuerdo con esta tradición, las almas de los difuntos, guiados por el aroma de la flor de cempasúchil, regresan a la tierra a visitar  los altares que sus familiares y amigos ponen para ellos, y así en la noche del 2 de noviembre, estos se llevan la esencia y los sabores de aquello colocado en la ofrenda. 

Así ellos aún en muerte, podrían seguir disfrutando de los placeres de este mundo.

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Esta bella tradición llena de colores, amor, música, fiesta y recuerdos, ha existido desde épocas prehispánicas y, aunque en aquellos tiempos no tenía el mismo sentido y significado que tiene ahora, se puede ver la raíz e importancia que nuestra cultura ha dado a la muerte. 

Un ejemplo muy claro eran las ofrendas que hacían hacia los difuntos, pues creían que debían dejar cosas que pudieran necesitar en su viaje por el inframundo, custodiado por Mictlantecuhtli.

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Sin embargo, a raíz de la colonización española y el proceso de evangelización que trajeron consigo, se comenzó a mezclar poco a poco el pensamiento religioso de ambas culturas, resultando en un sincretismo en el cual había evidentes elementos de las creencias de ambos, generando cambios y adaptaciones en las ofrendas año con año hasta las que a la fecha conocemos.

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