*Eréndira Zavala C*
La ciudad de Oaxaca, un lugar que hacía más de 20 años no visitaba, poseedora de tradiciones y costumbres arraigadas en el corazón de su gente, por donde se camine se hayan panes y postres tradicionales, artesanías de todos colores, sabores y hechuras, edificios coloniales majestuosos, plazas llenas de historia.
Hostales, casas de huéspedes y pequeños hoteles dan la bienvenida a los viajeros, las cadenas hoteleras se encuentran presentes, pero son la minoría. Su gente amable y de trato sencillo facilitan la estadía, a la distancia observo menos rasgos nativos que cuando fui la primera vez. Ahora sus habitantes se ven modernizados y, aunque orgullosos de sus raíces, el futuro los ha alcanzado.
El Templo de Santo Domingo de Guzmán, con sus casi 300 años de antigüedad, continua de pie soberbio mostrando al mundo su arquitectura barroca, su magnífico retablo de madera estofada recubierta de oro, la grandeza de las edificaciones dominicas, su atrio repleto de turistas y vendedores.
Monte Albán y Mitla, la tierra donde zapotecos y mixtecos dejaron su huella en centros ceremoniales, religiosos y políticos. Monte Albán, según dicen, llegó a contar con cerca de 35,000 habitantes; sus construcciones, de influencia teotihuacana, remataban en templos e hicieron grandes plataformas escalonadas, palacios residenciales, tumbas de piedra, sistemas para el almacenamiento de agua, juego de pelota y monumentos para la observación astronómica. Por su parte, Mitla, lugar de los muertos, destruida en gran parte por aquellos conquistadores que trataron de eliminarla, recoge parte de su belleza en la ornamentación realizada con mosaicos de grecas de piedra labrada que crean dibujos geométricos de los 4 puntos cardinales, agua, movimiento o aire, estas grecas están formadas por tabletas de piedra pulida engarzadas entre sí sin ninguna mezcla. Ambas zonas muestran limpieza y mantenimiento, espacios protegidos tanto para la economía local como para la preservación de su cultura.
Santa María del Tule custodia en su centro el árbol con el diámetro más grande del mundo (más de 14 metros), un ahuehuete o sabino con más de 2000 años de antigüedad, con una altura de 42 metros, testigo mudo del paso del tiempo plantado en un lugar sagrado representante de la divinidad zapoteca, alberga entre sus ramas a las aves de la región y en su tronco formas caprichosas de animales.
Hierve el agua, como siempre me dejó sin aliento, cascadas blancas petrificadas por el carbonato de calcio de sus manantiales, formadas hace miles de años, de 12 a 30 metros de altura, enmarcadas por los acantilados y las montañas del valle. La naturaleza del paisaje continua extraordinario, desdichadamente se nota el paso del hombre que ensucia sus aguas cristalinas y prefiere menospreciar estos lugares sagrados, donde los zapotecas dejaron vestigios de su visita como su sistema de riego en canales. Entre los turistas y los pobladores que se disputan su explotación, es triste recorrer este increíble lugar falto de conservación, limpieza y orden.
Quizá esta sea la razón por la que escribo con tanto apasionamiento de la tradición y la cultura, deseo que mis palabras dejen una pequeña huella en quien las lee y sea una semilla en la conservación de las maravillas que posee México.