*Eréndira Zavala C*
Los dulces típicos mexicanos son tan variados como regiones tiene nuestro país, mezcla de costumbres, tradiciones y sabores combinados entre la cultura indígena y la española. Un ejemplo de ello son los camotes poblanos que, con el paso de los años, se han convertido en un emblema colorido y delicioso de Puebla.
La palabra “camote” proviene del náhuatl “camohtli”, un tubérculo muy parecido a la papa, con un sabor más dulce. Para prepararlo, la pulpa se cocina con azúcar hasta que espesa y puede agregársele piña para aumentar el dulzor; los sabores pueden ser piña, guayaba, coco, limón o fresa, que se añaden a la mezcla o se usan colorantes y sabores artificiales.
Cuando la masa se enfría, se moldea con las manos para darle su presentación tan característica y diferente a otros dulces, se pone a orear y a asolear al menos por un día, para después bañarlo con almíbar y formar encima una ligera costra de color blanca. Luego se envuelve en papel encerado y se guarda en cajitas.
Existen varias leyendas acerca del origen de este dulce tan sabroso. Una de ella cuenta que en uno de los tantos conventos poblanos las novicias, para burlarse de la monja encargada de la cocina, hicieron la broma de tomar un camote y echarlo a una olla que estaba al fuego, revolviéndolo con azúcar y batiéndolo para formar una pasta que fuera difícil de quitar a la hora de lavarla. Cuando la monja cocinera regresó, se encontró con una mezcla poco apetitosa que, sin embargo, probó y descubrió que sabía muy bien.
Otra historia asegura que los camotes en dulce se crearon en Oaxtepec, por una muchacha llamada María Guadalupe, ordenada monja en el convento de Santa Clara de Jesús. Un día, pensando en qué regalo enviarle a su padre, fue a la huerta del convento y recogió algunos camotes, a los que endulzó y para enviarlos, se le ocurrió envolverlos con papel, en forma de cilindros, para que la masa estuviera segura y no se escurriera.
La tercera versión cuenta que, como los conventos, en la época colonial, se mantenían de las donaciones de familias acaudaladas, procuraban siempre agasajarlas con comilonas especialmente hechas para ellas. El camote, por lo barato, siempre se encontraba a la mano, por lo que, en una ocasión, donde esperaban a un obispo, se les ocurrió ofrecer camote como postre.
Sea cual sea la historia verdadera que al final no importa mucho, los camotes poblanos forman parte de la vasta gastronomía mexicana y de nuestras tradiciones, una que se cumple a cabalidad cada vez que visitamos Puebla.