Gerardo Murillo realizó una vasta obra de caballete: retratos, autorretratos y paisajes, algunos de gran formato. Una de las cualidades por las que es reconocido es su relectura estilística del paisaje mexicano.
La Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), a través del Museo Nacional de Arte (Munal), recuerdan a Gerardo Murillo Dr. Atl, creador distinguido no sólo por su legado en la plástica y en la literatura, sino también por sus aportaciones en disciplinas tan diversas, como la geología, la filosofía y la vulcanología.
El Dr. Atl nació en Guadalajara, Jalisco, el 3 de octubre de 1875; a los 19 años comenzó a estudiar pintura en su estado natal. Posteriormente se trasladó a la Ciudad de México, donde ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes. Tres años más tarde, el gobierno de Porfirio Díaz le otorgó una beca para continuar su formación en Europa.
A su regreso a México, impartió clases en la Academia de San Carlos. Su apego a las vanguardias internacionales conformó su carácter impetuoso e innovador, a través del cual moldeó un expresionismo patente en su producción artística.
El artista jalisciense tuvo un particular interés en la vulcanología. Fue testigo, en la década de los cuarenta, del nacimiento del Paricutín en Michoacán, fenómeno que inmortalizó en su afamado texto Cómo nace y crece un volcán. El Paricutín (1950). Ese mismo año donó al Museo Nacional de Artes Plásticas –hoy Museo del Palacio de Bellas Artes– una colección de 130 dibujos y 11 pinturas que elaboró frente al emblemático volcán.
Art-color y aeropaisaje, creaciones de Gerardo Murillo
En Erupción del Paricutín (1943), que forma parte del acervo del Munal, retrató el lado noreste del volcán en plena erupción nocturna. En esta obra contrastó tonalidades grisáceas con rojos candentes mediante una pincelada vigorosa. Fue elaborada con su propia técnica pictórica, la cual denominó Atl-color: una especie de encáustica a base de ceras, pigmentos y resinas secas que utilizaba para dar mayor vivacidad a sus pinturas. La aplicación de este material produjo un efecto tal que resultó imprescindible para lograr la atmósfera y los vibrantes colores tan característicos de su obra.
Creó el aeropaisaje al sobrevolar en helicóptero los incandescentes macizos montañosos, los cuales continuó explorando a pesar de haber perdido una pierna durante una expedición. Sobre su forma de trabajar, escribió: “Nunca salgo ‘a buscar un paisaje’, siempre dejo que el paisaje me busque a mí, que se eche violentamente sobre mi sensibilidad”.
En 1956 fue condecorado con la Medalla Belisario Domínguez, otorgada por el Senado de la República. Dos años después recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el rubro de Bellas Artes. Falleció el 15 de agosto de 1964 en la Ciudad de México. Sus restos reposan en la Rotonda de las Personas Ilustres del Panteón Civil de Dolores.