*Eréndira Zavala C*
Se acerca Día de Muertos, una tradición llena de significados en México, difícil para algunos y alegre para otros; llena de color y vida contrario a lo que su nombre celebra, con risas y cantos, música y fiesta, añoranzas y anécdotas. En ese día se evoca a los muertos con una mezcla de respeto y nostalgia, se desgranan los recuerdos con los vivos aún y se cuentan historias de lo que fue y pudo ser.
Día de Muertos es una fecha especial, tiene un sabor a tristeza mezclado con felicidad; ese día se permite pensar en la muerte con un temor reverenciado, flota en el aire una sensación de estar cerca de nuestros muertos, hasta es posible creer que los vemos y sentimos. La memoria se desborda de imágenes y olores, nos invaden recuerdos compartidos, sueños y planes cumplidos e interrumpidos, los ojos cambian su vista para ver a través de anhelos.
Nos afanamos en adornar el camino que visitarán nuestros seres queridos, como cuando se arregla la casa para esperar visitas, mientras la cocina rebosa de guisos y postres, y se busca aquello que gustaba, lo que identificaba, lo que esa persona daba valor y al tenerlo entre las manos, un estremecimiento recorre el cuerpo, al darnos cuenta de cuanto extrañamos estar con ella.
Mas allá de seguir a pie juntillas una tradición, en este día todos -de una u otra forma- somos participes de ella: los primeros colocan la ofrenda, reminiscencia de la época prehispánica, que a la fecha está más viva que nunca; otros, más discretos, encienden luces para que las almas de sus difuntos encuentren el camino a casa y paz; algunos más, se encierran aún en ese dolor sordo que queda dentro del pecho y no se va, solo está adormecido.
Estos rituales -distintos entre sí- que cada uno adapta según su sentimiento en el Día de Muertos, comparten los mismos motivos: recordar a los nuestros, jamás olvidarlos y honrar su camino. Por ínfima que sea la intención, sabemos de las huellas que nos han dejado, de sus enseñanzas y de las emociones entre nosotros, por eso los llevamos dentro, cerquita del corazón y las vísceras, para que no se nos olvide de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos.
Si algo nos revela la muerte que celebramos, es la vida y el tiempo que queda, pues, así como le tememos, al final es la única y verdadera realidad con la que contamos.