*Eréndira Zavala C*
Hablar de deporte es hablar de una de las actividades esenciales para el ser humano por los beneficios que aporta a la salud tanto física como mental. En la primera ayuda a mejorar la condición física, fortalece al cuerpo y su sistema inmunológico, reduce el riesgo de padecer enfermedades, aumenta la esperanza de vida, entre muchos otros más. En cuanto al aspecto psicológico, la práctica deportiva libera endorfinas, la hormona de la felicidad, lo que favorece la reducción del estrés, la agresividad y la ira, mejora las relaciones con los demás y ayuda a controlar y combatir las adicciones, por ejemplo.
El deporte además funge como herramienta de transformación social y actividad formadora, puede hablarse de hasta una tradición deportiva que une a familia y amigos para fortalecer las relaciones sociales y promover valores de fraternidad, solidaridad, tolerancia y justicia. No obstante, esto se ha ido perdiendo poco a poco, tan despacito que no lo habíamos advertido hasta lo sucedido el fin de semana pasado en Querétaro.
Todo aquello que los griegos y romanos buscaron inculcar con la práctica del deporte se vio destrozado con la actuación de las porras de los equipos involucrados; los videos, fotografías y testimonios de quienes estuvieron en el estadio no dejan lugar a dudas del salvajismo y la bestialidad usadas para humillar y dañar, de todas las formas posibles, al contrincante. Horrorizados vimos, leímos y comentamos en nuestros círculos las notas periodísticas, el deporte se ha transformado en un negocio multimillonario donde el beneficio personal tiene mayor peso que la dignidad humana, donde ahora todos volteamos pidiendo castigos y cárcel (que bien se merecen), pero no se escuchan las voces que demanden soluciones de raíz a problemas añejos desatendidos por todos.
Estos que hablan de hambre, falta de educación, escasez de empleos bien remunerados, acceso a drogas, marginalización, y que encuentran en las competencias deportivas una válvula de escape a la carga emocional, social, económica y mental de cada día.
Ojalá los involucrados en el deporte, desde los seguidores hasta los niveles más altos, en conjunto con los demás actores sociales, seamos capaces de reconocer los límites que se han traspasado y se trabaje en recuperar el valor social del deporte, haciendo hincapié en la importancia que éste tiene en los individuos, así como su impacto cultural y el papel que juega como instrumento de educación.