*Eréndira Zavala C*
Un día, uno de mis hijos pidió permiso para salir un domingo a desayunar con sus amigos, después de hacer un recorrido en bicicleta; aunque pueda sonar un tanto trivial, preferíamos que solo asistiera a andar en bicicleta y regresara a desayunar con nosotros.
Esto puede parecer que es solo un permiso y no debiera haber mayor problema, pero me hizo pensar en cuánto se transforman las actividades comunes para convertirse en tradiciones.
En todo el mundo existen diferentes formas de ellas, algunas relacionadas con la cultura popular, otras con el arte y otras más, que suceden en el entorno cercano; cada grupo de personas -llámese parejas, familia, amigos o cualquier otro- tiene modos de convivencia que fortalecen y mantienen los lazos que se han creado con el paso del tiempo (aunque a veces ocurre lo contrario y se dan por terminados).
De estos lazos -de sangre o por elección- y sus costumbres, se comenta algo y se sabe poco, pues cada uno conserva hábitos e historias propias, específicas y únicas, que son precisamente lo que les amalgama y da identidad.
Estas costumbres se encuentran en actividades sencillas y usuales que hasta pasan desapercibidas, como, por ejemplo, los desayunos dominicales. Basta con hacer la prueba al preguntar a cualquiera de los conocidos, amigos o familiares, que harán un día domingo por la mañana y muchos de ellos contestarán que tendrán un desayuno en conjunto y después realizarán un sinfín de tareas, solos o acompañados.
Y es que la ceremonia del desayuno en domingo no es cualquier cosa, implica desde la elección de la vestimenta hasta el menú, que dependen del lugar donde se lleve a cabo…
En casa y en pijama, mientras se preparan los alimentos o, de plano, habrá algún designado para ir por una barbacoa, un menudo, unos chilaquiles o las mil y una recetas de huevos. Quizá una salida al mercado o tianguis del día, a la fonda de Doña o Don, el restaurante, la plaza o la casa de alguien más, lo primordial es encontrarse con quienes compartimos experiencias de vida que se convierten poco a poco en situaciones que crean recuerdos.
El desayuno dominical implica más que reunirse, es compartir lo que haya quedado en el tintero de la semana, de lo realizado el día a día o el fin de semana o hace meses; de conversar y reír con los seres queridos, es un espacio concebido para ser y estar como ningún otro y eso es al final es una tradición. Mi hijo, a la postre, sí fue a andar en bici y desayunó con sus amigos; en casa, ahora el almuerzo comienza a dibujarse en una nueva forma de tradición…