*Eréndira Zavala C*
Hoy es el día, es Nochebuena, comienzo a prepararme para la cena familiar; desde hace algunos días me he encontrado con la nostalgia, nos hemos saludado y no ha querido despegarse de mí, me sigue y en ocasiones hasta es incómoda su compañía. Le ha dado por molestarme pues sabe que no estaré con mi familia de sangre, sino con la que he elegido estar.
Los preparativos absorben la atención y distraen los pensamientos, que no se olvide el postre, ¿llevas el vino?, las chamarras para cubrirse más tarde, las botanas para comenzar la plática, los regalos, el bien estar y la mejor actitud.
Me surgen dudas, preguntas del por qué en esta época debe ser todo especial y perfecto, por qué no hacerlo siempre, por qué necesitamos de fechas especiales para sentirnos especiales y hacer sentir a los demás de igual modo.
Creemos que estaremos por siempre, que es menester trabajar hasta el cansancio para ser los mejores, los primeros, los exitosos, hacer dinero todos los días, alcanzar la cima, y olvidamos lo que nos rodea. El tiempo corre muy deprisa, a veces nos deja sin aliento, de vez en cuando aparece alguna fecha significativa y, entonces, detenemos la carrera un momento para recordar, para celebrar y acercarnos; pero, ese momento desaparece y volvemos a comenzar.
La magia de diciembre son sus 31 días en los que nos permitimos sentir lo que hemos negado antes; en estas fechas, de repente, todo se transforma en armonía y amor, los saludos, antes fríos, ahora son cálidos y llenos de efusividad; las actitudes cambian, están repletas de buenos deseos y entonces se recuerdan con sobrada nostalgia los tiempos pasados y las personas presentes y ausentes.
Estoy lista para celebrar, hemos llegado a la cena, abrazos por doquier, un rato después se reparten los regalos y las caras de felicidad se asoman entre quienes los reciben con algarabía; esta cabeza mía vuelve a preguntarse si de veras los regalos hacen la diferencia cuando en ocasiones con solo los buenos recuerdos, un abrazo entrañable y algún mensaje breve, reconfortante, sencillo o una llamada telefónica de larga distancia, acomodan los latidos del corazón y recuerdan la esencia de la tradición navideña; lo demás, los adornos, la efervescencia, lo deslumbrante son lo de menos.